Título: lights of long ago (shall never go off)
Autora: Maya
Género: Romance, Yaoi, AU
Ráting: +11
Pareja: Jong Dae x Kyung Soo
Aclaraciones: Escrito para la octava gala de 12eyes. Esto era originalmente otra historia, con el mismo comienzo pero diferente rumbo, mas luego del incidente de mayo los pilares que la sostenían cayeron, y la historia no se pudo levantar ya otra vez. Dedicado a un roedor que se pierde entre los días.
lights
of long ago
(shall
never go off)
Se trata de
una de esas noches sin brisa, en las que se dirige a la cocina y se prepara una
limonada, tomándose el tiempo necesario para medir la cantidad precisa de
azúcar, para encontrar en cada limón el punto exacto entre el ácido y el
amargo. Se trata de una de esas noches en las que la luna brilla allá arriba, y
decide agregar a la bebida un poco de ron, o de brandy, o de lo que haya a la
mano, haciendo el refresco un poco más pesado, al igual que la culpa. Se trata
de una de esas noches de verano, en las que sale al balcón sin chaqueta a
recordar, a dejar que el frío entre a su pecho.
Es como si
previera el rito silencioso, como si con cada paso caminara voluntariamente al
pasado, a arañar paredes y llorar sobre lo hecho y sobre lo no hecho, y se
lamentara sobre todo lo que nunca se dijo en voz alta.
Tal vez lo
peor es que sabe lo que hace. Que sabe a lo que se atiene. Que sabe que cuanto
hace lo lleva en una lenta caída, lo arrastra hacia el fondo. Pero es que así
es más fácil. Es más simple, porque así no tiene que arriesgarse a nada, no
tiene que poner en juego nada, y no tiene que correr ningún peligro, ningún azar.
Podría
decirse que es una partida de póker, hay que saber cuándo retirarse.
El calor se
extiende por su garganta, por su pecho, y el aire que entra a sus pulmones es
tan caliente que siente hasta su piel arder. Y eso dura tan sólo unos segundos,
porque así como ha llegado, la calidez se va, desaparece, y él de nuevo se
siente atrapado en esa niebla de gelidez que llega cada vez más rápido, así que
toma otro trago, esperando que el calor se propague por su cuerpo una vez más.
Es un
constante tira y afloje entre el frío y el calor. Es dejar que haya el primero,
para que el segundo ataque con más fuerza. Es dejar que el frío lo llene, lo
invada y lo abrace, a ver si así deja de sentirse tan vacío.
Son momentos como este los que le dan una puñalada por la
espalda, y lo hacen recordar líneas inconexas, unos dedos sobre piel suave
trazando figuras sin forma, y buscando siempre llegar un poco más allá, un poco
más. Y recuerda también un olor indescriptible, que parece huir de su memoria y
perderse en el viento que no hay, dejándole retazos de recuerdos que en vano se
esfuerza por retener, y lo hacen caer rendido, tratando de abrazar las memorias
que lo aturden y que lo hacen sentir tan perdido, pero que son su culpa, suya,
suya al fin y al cabo, así que está bien que no lo dejen, para poder entonces
siempre recordarle su error.
Toma un trago más de la bebida.
Y pasan unos segundos, fugaces.
Jong Dae se pregunta en silencio, entonces, si alguna vez
dejará de abrazar tanto al frío.
Si alguna vez ese viento helado que no existe dejará de
apagar dentro de él los restos de lo que sea que haya habido ahí en el pasado.
*
Está sentado en una de las bancas frente a su edificio, en
silencio, lleva el traje de oficina, la camisa blanca, el pantalón de tela y la
corbata, pero son ya las nueve la mañana del miércoles, y no siente la menor
culpa en imaginarse a su jefe rabiando. Ahora mismo, quiere estar así.
Kyung Soo no tarda en llegar, con una bolsa de patatas
fritas en la mano, y la otra llevándose la comida a la boca. Se sienta a su lado, sin decir
nada, y come en silencio. No es que Jong Dae lo haya llamado, Es que Kyung Soo
lo debe haber visto desde su ventana, dos edificios más allá, en el onceavo
piso, y debe haber pensado que debía bajar.
Jong Dae recuerda cómo se conocieron. Esa noche hubo un
incendio. O dos, podría decirse. Hubo uno en el edificio detrás del suyo, y
tuvo que salir a la calle, sin darse cuenta del vaso de limonada en su mano.
Hubo de bajar las escaleras desde su doceavo piso, junto con la vecina
habladora y sus dos hijas en pijama, aferrando en las manitas peluches de
colores. Tuvo que sentarse en el parque a esperar, a contemplar, mientras un
bombero de gruesas cejas y rostro afilado y serio explicaba que no podrían
pasar la noche ahí.
Unos minutos más, y se hubiese ido. A un hotel, claro,
porque no creía poder pedirle a alguien quedarse en su casa. Porque no creía
tener a nadie a quien pedirle quedarse en su casa. Pero a su lado, a la misma
banca donde ahora está sentado, había llegado un joven de su edad, con una
camiseta manchada de café, y, al parecer, ganas de no quedarse callado.
No sintió el segundo incendio comenzar. No lo sintió surgir,
no lo sintió sino hasta que se había extendido por todo el ambiente, y Kyung
Soo estaba contándole una historia, algo sobre una chica y sobre el pasado, y
sobre un anillo y dejar atrás las cosas. Demasiadas cosas, demasiado calor,
demasiado tiempo estando callado sin hablar. El “¿Por qué me cuentas todo
esto?” siendo respondido por un murmurado “No lo sé, ¿te molesta?” Y sí, a Jong
Dae le molestaba, porque se sentía incómodo, porque Kyung Soo hablaba y no lo dejaba
recordar tranquilamente, no lo dejaba hundirse en el pasado , no lo dejaba
pensar como quisiera, le impedía pensar en sus errores y en los tantos
“hubiera” que suelen recorrer, ir y venir, por su mente.
Kyung Soo no ha dicho nada todo el rato que ha estado
sentado a su lado, pero Jong Dae sabe que tiene las palabras en la punta de la
lengua.
— ¿Qué?— pregunta,
y no ha pasado ni un segundo y Kyung Soo ya ha respondido.
— No has ido
al trabajo.
— Tú
tampoco, al parecer— gruñe Jong Dae, resignándose.
— Hoy es
miércoles.
Ah, es
miércoles. Lo dijo esa primera vez, la del segundo incendio, mientras le
contaba sobre su anterior pareja, una chica de cabello largo que lo había
dejado hacía un mes, la razón por la cual se había mudado. Le contó de su
trabajo, de su jefe, de su vida y de que los miércoles tenía el día entero para
él solo.
Podría
decirse que Kyung Soo le contó la mitad de su vida aquella noche, en medio de
las llamas de ese incendio que parecía cerrarse sobre la inocente banca del
parque.
*
A Jong Dae
no le importa sumergirse en recuerdos.
No le importa tampoco cuando a veces olvida lavar la ropa, y ésta se acumula.
No le importa mucho cuando las cortinas se quedan cerradas, y él no sale de su
casa en todo el día. No presta atención tampoco a la comida del mediodía o la
de la noche, o siquiera a la de la mañana, porque en realidad, cualquier
momento es bueno para detenerse un rato y ponerse a pensar. A ahogarse, a
dejarse llevar por esa corriente dura que o golpea contra las piedras de la
orilla, dejando estelas tras de sí.
Pero a Kyung
Soo no le gusta el silencio, así que le pregunta qué planes tiene ¿Qué planes
tiene? Ninguno, en realidad, pero no lo dice. Abre la boca y sale un “Debo ir a
trabajar”, con el que espera que Kyung Soo se rinda, pero no es tan fácil,
porque ese chico de veintiún años, casi uno menor que él, sugiere que, ya que
no ha ido en la mañana, puede no ir en la tarde tampoco.
— Vamos—
dice Kyung Soo— Tengo que mandar a imprimir algunas fotos.
Jong Dae no
se levanta.
— Vamos— repite
Kyung Soo.
A lo largo
de las pocas conversaciones que ha tenido con el menor, en las que casi no
participaba; después de todas las historias que Kyung Soo le ha contado, y
luego de ese Segundo incendio que prácticamente lo dejó helado en cuanto llegó a
su casa, Jong Dae ha podido formularse una idea de lo que Kyung Soo quiere.
Kyung Soo
quiere empezar de nuevo.
Pero Jong
Dae no quiere moverse. Jong Dae quiere quedarse donde está.
— Tengo que
regresar a mi casa— dice, sorprendiéndose a sí mismo, y se levanta de la banca.
Kyung Soo lo
mira con sus ojos curiosos, sentado aún. Jong Dae recuerda que, la primera vez
que los vio, pensó que le daban al menor un aspecto de seriedad inocente.
Ahora, sin embargo, parecen más vulnerables.
— Está bien—
dice el menor.
Jong Dae se
da la vuelta, y comienza a caminar.
Resignados.
Ésa es la palabra para los ojos de Kyung Soo ahora mismo.
*
Alguna vez
le dijeron que las comisuras de sus labios eran bonitas. Pero eso no cuenta ya,
porque a veces siente sus sonrisas tan forzadas que ni siquiera ellas podrían
salvarlo de un pensamiento interrogante en la mente de su interlocutor.
— ¿Estás
bien?
No, no está
bien.
*
Jong Dae
encuentra un placer calmante en ver las olas. En ver las olas y en salir de
noche al balcón a recordar, pero como aún son las tres de la tarde, se figura
que un paseo por la orilla de la playa no puede ser tan malo.
El viento
con olor a sal le revuelve el cabello, se lo introduce a los ojos, a la nariz y
a la boca, y azota contra su piel cada hebra, produciéndole cosquillas. Pero es
el mar, silencioso, callado y constante, siempre constante, el que le permite
permanecer en sus ensoñaciones, sin prestar atención a la realidad más que para
poner un pie delante del otro.
El suave
murmullo del agua es interrumpido, y la caminata y la ensoñación también,
cuando aparece Kyung Soo, y empieza a decir algo. Jong Dae no está seguro, el
sonido del agua sigue lejano, y Kyung Soo está reprochándole algo. A unos
metros, un chico alto, de piel pálida y rostro serio, los observa con una
expresión de exasperación.
— ¿Es tan
difícil?— pregunta Kyung Soo, reprochando a Jong Dae— Sé que te gusta el frío,
pero una cosa es sentir frío y otra es enfermarte.
Jong Dae
suspira.
No le gusta
ese lado maternal de Kyung Soo, a quien ha conocido hace quizás solo pocos
meses. No le gusta ser tratado como menor, y definitivamente, no le gusta
obedecer. Aunque esté empezando a hacer frío.
— Me voy—
corta de pronto a Kyung Soo, sonprendiéndose a sí mismo— Tengo cosas qué hacer.
— ¡Lleva tu
casaca!— escucha Jong Dae mientras se aleja del malecón.
No contesta.
Pero aprieta los labios con fuerza.
Cuando en la
noche tocan a su puerta, y Jong Dae sale desinteresado a aceptar cualquier
envío que haya llegado para él, se encuentra con Kyung Soo escuchando música a
todo volumen, palmeando su muslo rítmicamente.
— Te pusiste
casaca— observa el menor.
Jong Dae
suspira, y se frota los párpados. Sí, se puso casaca, porque sí, iba a hacer
frío, y sí, podía enfermarse. Kyung Soo y su lado maternal pueden irse al
demonio.
— ¿Qué
quieres?— murmura, intentando no perder la paciencia.
— De hecho,
solo venía a chequear lo de tu casaca— comenta el menor— Pero ahora que estoy
aquí, te invito a salir.
Jong Dae se
imagina la mirada que debe haber puesto, porque no ha pasado ni un segundo y
Kyung Soo está en pleno pasillo gritando que perdón, y que lo siente, y que no
se refiere a “eso” de “esa” manera, pero que debía alguna forma de pedir “eso”
sin pensar “lo otro”…
Kyung Soo
sabe que Jong Dae es homosexual. Lo sabe, y al mayor no le funcionó ello para
librarse del primero el día del segundo incendio, porque Kyung Soo parecía
seguir dispuesto a conversar toda la noche (lo cual en realidad hizo).
— Vamos,
hyung.
Jong Dae se
atraganta con su propia saliva. ¿De cuándo acá el menor tiene tantas
confianzas? Enfoca la vista hacia los ojos de Kyung Soo, y al recordar esa
mirada de resignación hace unos días, lo recorre un escalofrío. Los ojos que
ahora lo miran tienen un deje de expectación. Y las manos que sostienen la
manga de su casaca parecen estar esperando…
¿Qué están
esperando?
Jong Dae se
rinde.
Alcanza con
una mano las llaves que se ha dejado dentro de la casa, y cierra la puerta tras
de sí, indicándole con un gesto a Kyung Soo que lidere el camino.
— Gracias—
musita el menor, sin despegar sus ojos de los del otro— No quiero estar solo.
¿Solo?
Podría decirse que solo es lo que Jong Dae más quiere estar.
*
Kyung Soo lo
lleva a su departamento. Es incómodo, piensa Jong Dae, mientras sus dedos
juguetean contra sí dentro de los bolsillos de su casaca; no ha visitado a
nadie en un largo tiempo, el suficiente para darse cuenta por él mismo. Es
extraño sentarse en un sofá que no es el suyo, y ver la sala organizada de una
manera diferente a la de él. Bueno, no es que su propia sala esté alguna vez
organizada. Es un caos, con ropa, revistas, libros, periódicos y uno que otro
vaso que no ha lavado del día anterior. Es más que Jong Dae no encuentra el
tiempo para ordenar la casa, entre el trabajo y recodar…
Jong Dae
levanta la mirada, y halla a Kyung Soo alistándose para hablar.
— Hace
tiempo que no venía nadie a mi casa.
Jong Dae se
sorprende.
— Es que… No
sé— Kyung Soo se encoge de hombros— No he invitado a nadie.
Jong Dae
camina en silencio, observando las paredes del departamento, los adornos, los
muebles. Y lo nota solo luego de unos instantes, unos instantes que lo han
tenido en vilo, presionándole, haciéndole sentir que algo falta:
No hay
fotos.
Y le hacen
falta, porque su propio apartamento está inundado de ellas. Tiene fotos en el
recibidor, en el aparador, sobre el mini-bar, encima del televisor… Tiene
tantas fotos, y Kyung Soo no tiene ninguna.
Jong Dae no
dice nada, pero piensa una vez más que lo que Kyung Soo busca es avanzar.
Y no, él no
tiene idea de cómo estar listo siquiera.
*
— A veces no
sabemos en realidad lo que buscamos, sino que debemos atenernos a lo que
encontremos.
Kyung Soo
repite lentamente la frase que ha dicho el protagonista. Jong Dae lo mira unos
segundos, desde el otro lado del sofa, antes de regresar su vista a la
película.
*
Es cuando el
filme ha terminado, y Jong Dae no sabe qué es lo que dicta hacer el protocolo
de visitas a amigos-no-amigos, que Kyung Soo abre una botela de vino, y llena
dos copas.
Jong Dae se
revuelve sobre su asiento. No sabe cuánto más ha de quedarse.
— Kim Jong
Dae— pronuncia cuidadosamente Kyung Soo, tomando asiento sobre la mesita de
centro frente al mayor— Te escucho.
*
¿Por qué
habría de confiar en Kyung Soo? Es decir, lo había conocido hacía prácticamente
tres meses, había sostenido menos de una docena de conversaciones con él, y
eran las diez de la noche de un miércoles. Simplemente, no.
Pero sí.
Jong Dae
termina abriendo la boca, y dejando que las cosas fluyan de una manera que
nunca pareció tan fácil, y sobre todo, calmante. Es como una dosis de recuerdos
nocturnos, con diferente fin, pero con el mismo efecto: tranquilidad.
La sala está
en complete silencio cada vez que se detiene a tomar aire, y Kyung Soo sigue
sobre la mesita de centro, inmóvil, con la copa de vino en su mano,
observándolo a través de la oscuridad, y Jong Dae siente esos ojos sobre él,
sin dejarlo, sin irse ni por un momento, sin abandonarlo un solo segundo.
Así que
sigue hablando, y tal vez eso no sea lo mejor, porque sus manos están
temblando, y la garganta se le ha secado, pero no se le antoja vino, se le
antoja limonada con ron, pero sabe que no va a ser capaz así como está de salir
al balcón a relajarse.
Deja con
cuidado la copa de vino sobre la mesita, al lado de Kyung Soo, y mira al techo,
esperando que las lágrimas que cree que se están formando no lleguen a caer.
Abre la boca, buscando aire, y tiene que tragar saliva un par de veces para que
el aire pase de Nuevo por su garganta. Aprieta los puños ligeramente, esperando
a que pase el temblor, y decide tomarse unos segundos para calmarse.
Pero no.
Porque es
ahí cuando Kyung Soo decide ponerse de pie, y abrazarlo.
*
Es ya otoño,
cuando Kyung Soo visita por primera vez su casa, y Jong Dae se ha pasado
prácticamente toda la tarde anterior intentando dejar presentable el
apartamento. Ha lavado dos tandas de ropa, ha dejado toda la vajilla limpia, y
ha bajado las rumas enteras de periódicos sin revisar al primer piso, a los
botes de reciclaje.
Cuando Kyung
Soo entra, llega también un temblor ligero a los brazos de Jong Dae. Alguien ha
venido a su casa, y es en verdad extraño. Ha comprador refresco de frutas, y ha
pedido comida a domicilio, porque Kyung Soo es el de la magia en la cocina, no
él. Las cortinas están abiertas, y entra luz sobre la sala que hasta hace una
semana parecía lo suficientemente lúgubre como para servir de refugio a algún
animal nocturna.
— Es bonito—
dice Kyung Soo, asintiendo mientras revisa cada rincón, minucioso como es.
Jong Dae
puede formarse una idea concreta de la personalidad de Kyung Soo. No es tan
alegre como parece. Sus ojos le dan ese aspecto de inocencia, que en realidad
camufla algunas heridas que Kyung Soo ha sabido disimular bien. Son heridas por
las que Kyung Soo corrió el riesgo, y salió perdiendo, pero la única vez que
Jong Dae le preguntó si se arrepentía, el menor respondió que no.
— Es mejor—
dijo— Porque aprendí de eso. Porque me equivoqué una vez, pero ahora me he
podido seguir, ya puedo hacerlo bien.
Kyung Soo no
es tan hablador como cuando recién se conocieron, pero cada vez que abre la
boca, Jong Dae piensa que el menor sabe lo que dice. Es que en realidad es así,
Kyung Soo sabe lo que dice. Y sabe también por qué lo dice.
Pero Jong
Dae no se decide.
El almuerzo
transcurre tranquilo, y cuando el jugo de frutas se acaba, Kyung Soo propone
hacer algún refresco. Jong Dae hace un gesto de disculpa con los labios, porque
en su cocina no hay prácticamente nada con qué hacer refresco. Kyung Soo busca
y rebusca, y termina por soltar un suspiro.
— Es increíble
que solo tengas limones.
Jong Dae da
un respingo sobre el mismo lugar donde está de pie. Hace tiempo que no hay
noches sin brisa, por lo que no ha salido al balcón. Hace tiempo que no ha
habido una luna tan brillante, que lo haga salir a buscarla.
Hace tiempo
que no se ha instado a recordar.
*
Kyung Soo lo
mantiene ocupado. En menos de dos meses, Jong Dae ya conoce a todos y cada uno
de los compañeros de oficina de Kyung Soo en el departamento de publicidad, y
la recepcionista lo reconoce nada más verlo. Gracias a un insistente sonido de
guitarra del departamento bajo el suyo, y gracias a la insistencia de Kyung
Soo, Jong Dae termina haciéndose amigo del muchacho del décimo piso, un chico
alto, muy alto, que parece estar todo el día dispuesto a reír. Y gracias a la
constante rutina que se ha vuelto el salir a caminar en las tardes ha
encontrado un pequeño refugio con olor a café, a un dependiente con anécdotas
que cambian a diario y a un joven que hace en una esquina sus tareas de la
universidad, con el rostro siempre serio.
Jong Dae
entra a su edificio con esa sonrisa ligera a la que se está acostumbrando,
tarareando entre dientes esa canción de jazz que no escucha hace tiempo, pero
que le recuerda a las caricaturas que veía cuando era niño. Saluda al joven del
séptimo piso, que está recogiendo su correo despistado, y que le devuelve el
saludo cuando Jong Dae está a punto de ser tragado por las puertas del
ascensor.
Se afloja la
corbata mientras sube, y mueve la cabeza a ambos lados, suspirando. No espera a
que las puertas se abran para destapar la botella de gaseosa y llevársela a la
boca, así que cuando el pitido suena y él sale del elevador, no tiene más
remedio que chocar contra quien viene.
No.
No, no, no.
Jong Dae
siente resbalar la botella entre sus dedos, así que termina hundiendo los dedos
en el plástico, y su lengua se revuelve nerviosa contra su paladar, mientras
sus dientes parecen querer aplastarse entre sí con tanta fuerza que podrían
romperse de sólo intentar separarse.
Retrocede un
paso vacilante, y una mano extendida intenta detenerlo, pero Jong Dae logra
negar con la cabeza, y da un rodeo a la persona que está frente a él. Busca
nerviosamente sus llaves, rogando que al otro no se le ocurra retenerlo o decir
algo, porque no, ahora no. Justo cuando las fotos de las repisas, del mini-bar
y de la sala han desaparecido; justo cuando el balcón ha permanecido cerrado y
las ventanas abiertas por semanas enteras…
No.
Jong Dae
entra al departamento y se derrumba contra la puerta, tomando aire hondamente.
Hace frío, mucho frío, y la calefacción no ayuda a que las puntas de sus dedos
dejen de tiritar.
*
Kyung Soo llega preocupado. Llega sosteniendo una camiseta
en su mano y un pan con jamón en la otra. Llega con los ojos muy abiertos, y se
encuentra a Jong Dae sentado en el sillón, con las piernas cruzadas, con un
vaso de agua en la mano y con la mirada fija en la pantalla oscura del
televisor.
Kyung Soo se
sienta a su lado, con cuidado, y deja lo que tiene en las manos para hacerse un
ovillo junto a Jong Dae. El mayor no le ha contado nada, así que tiene por
seguro que ha de verse lamentable, tanto como para que Kyung Soo haya llegado a
eso.
— Estoy bien—
murmura.
*
Es de noche cuando Kyung Soo sale de la cocina trayendo un
palto hondo de comida, y lo deja delante de Jong Dae, que ha estado observando
el televisor encendido, donde unos pequeños ratones blancos corren sobre la
mano de un niño.
— Jong Dae—
llama Kyung Soo— Quiero contarte algo.
El mayor
levanta la vista, curioso, y le señala a Kyung Soo el espacio libre del sillón.
Pero el menor no lo toma, y se queda de pie.
Jong Dae le
ha contado ya a Kyung Soo qué pasó. Le ha contado quién vino, le ha contado su
rostro, le ha contado la mano levantada y le ha contado la mirada de
arrepentimiento.
Jong Dae le
ha contado sobre su pecho, que se ha detenido por un segundo, pero que se ha
calmado. Le ha contado sobre un buen recuerdo, y sobre su cuello destensado. Le
ha contado sobre una nueva suavidad en el cojín del sofá, y le ha contado sobre
un suspiro largo, que le ha sabido a recuerdos, pero a recuerdos pasados,
recuerdos que toman un tren y se van lejos.
Le ha
contado todo ello, y sin embargo, no parece suficiente.
— Quiero
contarte algo sobre ti.
Jong Dae
escucha con atención.
Kyung Soo
habla entonces. Del incendio de aquella noche, de la banca y de las ganas de
hablar. De decirle tantas cosas a un extraño. De dejar ir.
Kyung Soo
habla de una noche de luna llena, de un frío sin viento, de un vaso de ron en
la mano y de una mirada tan vacía que dejaba su vacío interior pequeño a su
lado,
Kyung Soo
habla de resignación, de extender su mano a alguien, de querer traerlo de
regreso. Habla de alguien que se ha perdido a sí mismo, y que se ha ido
apagando, tan lento, tan lento, que no se ha dado cuenta, y sólo quedan
carbones tibios donde antes hubiese un fuego ardiente.
Kyung Soo
habla de intentar, de seguir adelante. De haber intentado y fracasado, y de
haber encontrado algo, alguien, con quién estar ocupado, con quién tener su
mente ocupada. Habla sobre sentirse necesitado, y sobre alguien que lo
necesita.
Kyung Soo habla sobre un calorcillo dentro de su pecho.
Y Jong Dae está temblando otra vez, porque ese calorcillo,
esas cosquillas, ese no-sabe-qué que parece iniciar un incendio, está dentro de
su pecho también.
*
Kyung Soo se queda esa noche, en el sofá, con Jong Dae dando
vueltas en su cama.
*
Jong Dae tiene miedo de que Kyung Soo sea sólo una ficción.
De que el Kyung Soo que él imagina, que él conoce, que él vive día a día, sea
sólo un objeto de su creación. Tiene miedo de que las miradas, las sonrisas y
las palabras sean sólo imaginarias.
Jong Dae tiene miedo de volver a tropezar.
*
Jong Dae quiere tomar previsiones. Quiere medir al milímetro
cada paso, quiere estar seguro del suelo que pisa a continuación. O cual es
imposible, porque hay cosas que no puede calcular ni controlar.
Es como preguntar en su mente: “¿Podrías…?”
— Kyung Soo,
¿podrías amarme?
La expresión
en los ojos de Kyung Soo explica muchas cosas aquella noche. Pero
no es lo que dice a continuación Kyung Soo lo que más le duele a Jong Dae. Es
lo que no dice, porque apenas el mayor se ha dado cuenta, Kyung Soo ya se ha
girado, y está prácticamente huyendo bajo la débil luz de un poste de alumbrado
eléctrico.
*
La respuesta
tarda dos días en llegar. Jong Dae no ha bebido más que agua y comido más que
el pan que había sobre la mesa de la cocina. No ha encendido el televisor,
porque no hay nada interesante. No ha lavado la ropa porque ya no hay caso. No
ha hecho mucho más que quedarse encerrado en su departamento, pensando en que
se ha tropezado una vez más.
Tiene que
parar de pensar eso por un momento, porque hay alguien tocando su puerta tan
fuerte que él se apresura antes de que la madera sea rota a porrazos.
¿Y quién hay
al otro lado?
Kyung Soo.
Kyung Soo jadeando, y con una expresión que Jong Dae no logra desci…
— ¡Jong Dae!—
grita el menor, poniendo sus manos en el pecho del nombrado, y obligándolo a
retroceder— ¡Kim Jong Dae!
Jong Dae es
atrapado por unos brazos delgados, y en el hueco entre su cuello y su rostro
una respiración entrecortada lo hace devolver el gesto, sin entender
completamente qué sucede. No logra sacar mucho en claro, sólo que existe una
posibilidad mínima, mínima, de que Kyung Soo no lo esté odiando en este
momento.
— No tengas
miedo…— susurra Kyung Soo— Por favor, no tengas miedo…
Jong Dae
entonces lo abraza con más fuerza.
— No puedo
evitarlo— contesta— Pasó una vez, y ahora…
— ¡No! Pasó,
sí. Pasó, y es mejor que haya pasado. ¿Y sabes por qué es mejor? ¡Porque aprendiste de eso! ¡Porque
te equivocaste una vez, pero ya puedes seguir, ya puedes hacerlo bien!— Kyung Soo se aferra al pecho de Jong Dae—
No tengas miedo, por favor.
*
A Jong Dae
le cuesta todavía no tenerle miedo a los aviones. Le cuesta no tragar saliva
cuando su equipo favorito de fútbol tiene todas las de perder, y le cuesta no
tener temor a las arañas, así sean grandes o pequeñas.
Pero hay
algo, algo dentro, que hace que Jong Dae no tenga miedo a nada más. Quizás es
la sonrisa de Kyung Soo, que Jong Dae lleva guardada en sus labios. Quizás es
la mirada de Kyung Soo, que Jong Dae recuerda en sus ojos. O quizás son las
palabras de Kyung Soo, que recuerda en sus oídos.
Quizás es
Kyung Soo mismo, con sus palabras, con sus miradas, sus sonrisas y sus abrazos,
los que hacen que haya un incendio dentro de Jong Dae cada día, un incendio que
regresó de carbones casi ya fríos, y que parece no querer apagarse con cada
embate que le da la vida, y a los que Jong Dae siente que puede hacer frente
cada vez que Kyung Soo y él se toman de la mano, entrelazan los dedos y se
pierden en los ojos del otro, bajo una noche de luna sin brisa.
lindo ;; me hizo llorar :'( me encantó ♡ sentía tristeza porque pensé que iba a terminar de mala forma u.u pero no fue así \⊙♡⊙/ gracias por compartir el fic, chaai~
ResponderEliminarAww al fin ChenSoo<33. Fue algo triste y escrito de una manera diferente, y me gustó :DD
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir<3