lunes, 30 de junio de 2014

lights of long ago (shall never go off)

Título: lights of long ago (shall never go off)
Autora: Maya
Género: Romance, Yaoi, AU
Ráting: +11
Pareja: Jong Dae x Kyung Soo
Aclaraciones: Escrito para la octava gala de 12eyes. Esto era originalmente otra historia, con el mismo comienzo pero diferente rumbo, mas luego del incidente de mayo los pilares que la sostenían cayeron, y la historia no se pudo levantar ya otra vez. Dedicado a un roedor que se pierde entre los días.


lights of long ago
(shall never go off)

Se trata de una de esas noches sin brisa, en las que se dirige a la cocina y se prepara una limonada, tomándose el tiempo necesario para medir la cantidad precisa de azúcar, para encontrar en cada limón el punto exacto entre el ácido y el amargo. Se trata de una de esas noches en las que la luna brilla allá arriba, y decide agregar a la bebida un poco de ron, o de brandy, o de lo que haya a la mano, haciendo el refresco un poco más pesado, al igual que la culpa. Se trata de una de esas noches de verano, en las que sale al balcón sin chaqueta a recordar, a dejar que el frío entre a su pecho.

Es como si previera el rito silencioso, como si con cada paso caminara voluntariamente al pasado, a arañar paredes y llorar sobre lo hecho y sobre lo no hecho, y se lamentara sobre todo lo que nunca se dijo en voz alta.

Tal vez lo peor es que sabe lo que hace. Que sabe a lo que se atiene. Que sabe que cuanto hace lo lleva en una lenta caída, lo arrastra hacia el fondo. Pero es que así es más fácil. Es más simple, porque así no tiene que arriesgarse a nada, no tiene que poner en juego nada, y no tiene que correr ningún peligro, ningún azar.

Podría decirse que es una partida de póker, hay que saber cuándo retirarse.

El calor se extiende por su garganta, por su pecho, y el aire que entra a sus pulmones es tan caliente que siente hasta su piel arder. Y eso dura tan sólo unos segundos, porque así como ha llegado, la calidez se va, desaparece, y él de nuevo se siente atrapado en esa niebla de gelidez que llega cada vez más rápido, así que toma otro trago, esperando que el calor se propague por su cuerpo una vez más.

Es un constante tira y afloje entre el frío y el calor. Es dejar que haya el primero, para que el segundo ataque con más fuerza. Es dejar que el frío lo llene, lo invada y lo abrace, a ver si así deja de sentirse tan vacío.

Son momentos como este los que le dan una puñalada por la espalda, y lo hacen recordar líneas inconexas, unos dedos sobre piel suave trazando figuras sin forma, y buscando siempre llegar un poco más allá, un poco más. Y recuerda también un olor indescriptible, que parece huir de su memoria y perderse en el viento que no hay, dejándole retazos de recuerdos que en vano se esfuerza por retener, y lo hacen caer rendido, tratando de abrazar las memorias que lo aturden y que lo hacen sentir tan perdido, pero que son su culpa, suya, suya al fin y al cabo, así que está bien que no lo dejen, para poder entonces siempre recordarle su error.

Toma un trago más de la bebida.

Y pasan unos segundos, fugaces.

Jong Dae se pregunta en silencio, entonces, si alguna vez dejará de abrazar tanto al frío.

Si alguna vez ese viento helado que no existe dejará de apagar dentro de él los restos de lo que sea que haya habido ahí en el pasado.

*

Está sentado en una de las bancas frente a su edificio, en silencio, lleva el traje de oficina, la camisa blanca, el pantalón de tela y la corbata, pero son ya las nueve la mañana del miércoles, y no siente la menor culpa en imaginarse a su jefe rabiando. Ahora mismo, quiere estar así.

Kyung Soo no tarda en llegar, con una bolsa de patatas fritas en la mano, y la otra llevándose la comida  a la boca. Se sienta a su lado, sin decir nada, y come en silencio. No es que Jong Dae lo haya llamado, Es que Kyung Soo lo debe haber visto desde su ventana, dos edificios más allá, en el onceavo piso, y debe haber pensado que debía bajar.

Jong Dae recuerda cómo se conocieron. Esa noche hubo un incendio. O dos, podría decirse. Hubo uno en el edificio detrás del suyo, y tuvo que salir a la calle, sin darse cuenta del vaso de limonada en su mano. Hubo de bajar las escaleras desde su doceavo piso, junto con la vecina habladora y sus dos hijas en pijama, aferrando en las manitas peluches de colores. Tuvo que sentarse en el parque a esperar, a contemplar, mientras un bombero de gruesas cejas y rostro afilado y serio explicaba que no podrían pasar la noche ahí.

Unos minutos más, y se hubiese ido. A un hotel, claro, porque no creía poder pedirle a alguien quedarse en su casa. Porque no creía tener a nadie a quien pedirle quedarse en su casa. Pero a su lado, a la misma banca donde ahora está sentado, había llegado un joven de su edad, con una camiseta manchada de café, y, al parecer, ganas de no quedarse callado.

No sintió el segundo incendio comenzar. No lo sintió surgir, no lo sintió sino hasta que se había extendido por todo el ambiente, y Kyung Soo estaba contándole una historia, algo sobre una chica y sobre el pasado, y sobre un anillo y dejar atrás las cosas. Demasiadas cosas, demasiado calor, demasiado tiempo estando callado sin hablar. El “¿Por qué me cuentas todo esto?” siendo respondido por un murmurado “No lo sé, ¿te molesta?” Y sí, a Jong Dae le molestaba, porque se sentía incómodo, porque Kyung Soo hablaba y no lo dejaba recordar tranquilamente, no lo dejaba hundirse en el pasado , no lo dejaba pensar como quisiera, le impedía pensar en sus errores y en los tantos “hubiera” que suelen recorrer, ir y venir, por su mente.

Kyung Soo no ha dicho nada todo el rato que ha estado sentado a su lado, pero Jong Dae sabe que tiene las palabras en la punta de la lengua.

— ¿Qué?— pregunta, y no ha pasado ni un segundo y Kyung Soo ya ha respondido.
— No has ido al trabajo.
— Tú tampoco, al parecer— gruñe Jong Dae, resignándose.
— Hoy es miércoles.

Ah, es miércoles. Lo dijo esa primera vez, la del segundo incendio, mientras le contaba sobre su anterior pareja, una chica de cabello largo que lo había dejado hacía un mes, la razón por la cual se había mudado. Le contó de su trabajo, de su jefe, de su vida y de que los miércoles tenía el día entero para él solo.

Podría decirse que Kyung Soo le contó la mitad de su vida aquella noche, en medio de las llamas de ese incendio que parecía cerrarse sobre la inocente banca del parque.

*

A Jong Dae no le importa sumergirse en  recuerdos. No le importa tampoco cuando a veces olvida lavar la ropa, y ésta se acumula. No le importa mucho cuando las cortinas se quedan cerradas, y él no sale de su casa en todo el día. No presta atención tampoco a la comida del mediodía o la de la noche, o siquiera a la de la mañana, porque en realidad, cualquier momento es bueno para detenerse un rato y ponerse a pensar. A ahogarse, a dejarse llevar por esa corriente dura que o golpea contra las piedras de la orilla, dejando estelas tras de sí.

Pero a Kyung Soo no le gusta el silencio, así que le pregunta qué planes tiene ¿Qué planes tiene? Ninguno, en realidad, pero no lo dice. Abre la boca y sale un “Debo ir a trabajar”, con el que espera que Kyung Soo se rinda, pero no es tan fácil, porque ese chico de veintiún años, casi uno menor que él, sugiere que, ya que no ha ido en la mañana, puede no ir en la tarde tampoco.

— Vamos— dice Kyung Soo— Tengo que mandar a imprimir algunas fotos.

Jong Dae no se levanta.

— Vamos— repite Kyung Soo.

A lo largo de las pocas conversaciones que ha tenido con el menor, en las que casi no participaba; después de todas las historias que Kyung Soo le ha contado, y luego de ese Segundo incendio que prácticamente lo dejó helado en cuanto llegó a su casa, Jong Dae ha podido formularse una idea de lo que Kyung Soo quiere.

Kyung Soo quiere empezar de nuevo.

Pero Jong Dae no quiere moverse. Jong Dae quiere quedarse donde está.

— Tengo que regresar a mi casa— dice, sorprendiéndose a sí mismo, y se levanta de la banca.

Kyung Soo lo mira con sus ojos curiosos, sentado aún. Jong Dae recuerda que, la primera vez que los vio, pensó que le daban al menor un aspecto de seriedad inocente. Ahora, sin embargo, parecen más vulnerables.

— Está bien— dice el menor.

Jong Dae se da la vuelta, y comienza a caminar.

Resignados. Ésa es la palabra para los ojos de Kyung Soo ahora mismo.

*

Alguna vez le dijeron que las comisuras de sus labios eran bonitas. Pero eso no cuenta ya, porque a veces siente sus sonrisas tan forzadas que ni siquiera ellas podrían salvarlo de un pensamiento interrogante en la mente de su interlocutor.

— ¿Estás bien?

No, no está bien.

*

Jong Dae encuentra un placer calmante en ver las olas. En ver las olas y en salir de noche al balcón a recordar, pero como aún son las tres de la tarde, se figura que un paseo por la orilla de la playa no puede ser tan malo.

El viento con olor a sal le revuelve el cabello, se lo introduce a los ojos, a la nariz y a la boca, y azota contra su piel cada hebra, produciéndole cosquillas. Pero es el mar, silencioso, callado y constante, siempre constante, el que le permite permanecer en sus ensoñaciones, sin prestar atención a la realidad más que para poner un pie delante del otro.

El suave murmullo del agua es interrumpido, y la caminata y la ensoñación también, cuando aparece Kyung Soo, y empieza a decir algo. Jong Dae no está seguro, el sonido del agua sigue lejano, y Kyung Soo está reprochándole algo. A unos metros, un chico alto, de piel pálida y rostro serio, los observa con una expresión de exasperación.

— ¿Es tan difícil?— pregunta Kyung Soo, reprochando a Jong Dae— Sé que te gusta el frío, pero una cosa es sentir frío y otra es enfermarte.

Jong Dae suspira.

No le gusta ese lado maternal de Kyung Soo, a quien ha conocido hace quizás solo pocos meses. No le gusta ser tratado como menor, y definitivamente, no le gusta obedecer. Aunque esté empezando a hacer frío.

— Me voy— corta de pronto a Kyung Soo, sonprendiéndose a sí mismo— Tengo cosas qué hacer.
— ¡Lleva tu casaca!— escucha Jong Dae mientras se aleja del malecón.

No contesta. Pero aprieta los labios con fuerza.

Cuando en la noche tocan a su puerta, y Jong Dae sale desinteresado a aceptar cualquier envío que haya llegado para él, se encuentra con Kyung Soo escuchando música a todo volumen, palmeando su muslo rítmicamente.

— Te pusiste casaca— observa el menor.

Jong Dae suspira, y se frota los párpados. Sí, se puso casaca, porque sí, iba a hacer frío, y sí, podía enfermarse. Kyung Soo y su lado maternal pueden irse al demonio.

— ¿Qué quieres?— murmura, intentando no perder la paciencia.
— De hecho, solo venía a chequear lo de tu casaca— comenta el menor— Pero ahora que estoy aquí, te invito a salir.

Jong Dae se imagina la mirada que debe haber puesto, porque no ha pasado ni un segundo y Kyung Soo está en pleno pasillo gritando que perdón, y que lo siente, y que no se refiere a “eso” de “esa” manera, pero que debía alguna forma de pedir “eso” sin pensar “lo otro”…

Kyung Soo sabe que Jong Dae es homosexual. Lo sabe, y al mayor no le funcionó ello para librarse del primero el día del segundo incendio, porque Kyung Soo parecía seguir dispuesto a conversar toda la noche (lo cual en realidad hizo).

— Vamos, hyung.

Jong Dae se atraganta con su propia saliva. ¿De cuándo acá el menor tiene tantas confianzas? Enfoca la vista hacia los ojos de Kyung Soo, y al recordar esa mirada de resignación hace unos días, lo recorre un escalofrío. Los ojos que ahora lo miran tienen un deje de expectación. Y las manos que sostienen la manga de su casaca parecen estar esperando…

¿Qué están esperando?

Jong Dae se rinde.

Alcanza con una mano las llaves que se ha dejado dentro de la casa, y cierra la puerta tras de sí, indicándole con un gesto a Kyung Soo que lidere el camino.

— Gracias— musita el menor, sin despegar sus ojos de los del otro— No quiero estar solo.

¿Solo? Podría decirse que solo es lo que Jong Dae más quiere estar.

*

Kyung Soo lo lleva a su departamento. Es incómodo, piensa Jong Dae, mientras sus dedos juguetean contra sí dentro de los bolsillos de su casaca; no ha visitado a nadie en un largo tiempo, el suficiente para darse cuenta por él mismo. Es extraño sentarse en un sofá que no es el suyo, y ver la sala organizada de una manera diferente a la de él. Bueno, no es que su propia sala esté alguna vez organizada. Es un caos, con ropa, revistas, libros, periódicos y uno que otro vaso que no ha lavado del día anterior. Es más que Jong Dae no encuentra el tiempo para ordenar la casa, entre el trabajo y recodar…

Jong Dae levanta la mirada, y halla a Kyung Soo alistándose para hablar.

— Hace tiempo que no venía nadie a mi casa.

Jong Dae se sorprende.

— Es que… No sé— Kyung Soo se encoge de hombros— No he invitado a nadie.

Jong Dae camina en silencio, observando las paredes del departamento, los adornos, los muebles. Y lo nota solo luego de unos instantes, unos instantes que lo han tenido en vilo, presionándole, haciéndole sentir que algo falta:

No hay fotos.

Y le hacen falta, porque su propio apartamento está inundado de ellas. Tiene fotos en el recibidor, en el aparador, sobre el mini-bar, encima del televisor… Tiene tantas fotos, y Kyung Soo no tiene ninguna.

Jong Dae no dice nada, pero piensa una vez más que lo que Kyung Soo busca es avanzar.

Y no, él no tiene idea de cómo estar listo siquiera.

*

— A veces no sabemos en realidad lo que buscamos, sino que debemos atenernos a lo que encontremos.

Kyung Soo repite lentamente la frase que ha dicho el protagonista. Jong Dae lo mira unos segundos, desde el otro lado del sofa, antes de regresar su vista a la película.

*

Es cuando el filme ha terminado, y Jong Dae no sabe qué es lo que dicta hacer el protocolo de visitas a amigos-no-amigos, que Kyung Soo abre una botela de vino, y llena dos copas.

Jong Dae se revuelve sobre su asiento. No sabe cuánto más ha de quedarse.

— Kim Jong Dae— pronuncia cuidadosamente Kyung Soo, tomando asiento sobre la mesita de centro frente al mayor— Te escucho.

*

¿Por qué habría de confiar en Kyung Soo? Es decir, lo había conocido hacía prácticamente tres meses, había sostenido menos de una docena de conversaciones con él, y eran las diez de la noche de un miércoles. Simplemente, no.

Pero sí.

Jong Dae termina abriendo la boca, y dejando que las cosas fluyan de una manera que nunca pareció tan fácil, y sobre todo, calmante. Es como una dosis de recuerdos nocturnos, con diferente fin, pero con el mismo efecto: tranquilidad.

La sala está en complete silencio cada vez que se detiene a tomar aire, y Kyung Soo sigue sobre la mesita de centro, inmóvil, con la copa de vino en su mano, observándolo a través de la oscuridad, y Jong Dae siente esos ojos sobre él, sin dejarlo, sin irse ni por un momento, sin abandonarlo un solo segundo.

Así que sigue hablando, y tal vez eso no sea lo mejor, porque sus manos están temblando, y la garganta se le ha secado, pero no se le antoja vino, se le antoja limonada con ron, pero sabe que no va a ser capaz así como está de salir al balcón a relajarse.

Deja con cuidado la copa de vino sobre la mesita, al lado de Kyung Soo, y mira al techo, esperando que las lágrimas que cree que se están formando no lleguen a caer. Abre la boca, buscando aire, y tiene que tragar saliva un par de veces para que el aire pase de Nuevo por su garganta. Aprieta los puños ligeramente, esperando a que pase el temblor, y decide tomarse unos segundos para calmarse.

Pero no.

Porque es ahí cuando Kyung Soo decide ponerse de pie, y abrazarlo.

*

Es ya otoño, cuando Kyung Soo visita por primera vez su casa, y Jong Dae se ha pasado prácticamente toda la tarde anterior intentando dejar presentable el apartamento. Ha lavado dos tandas de ropa, ha dejado toda la vajilla limpia, y ha bajado las rumas enteras de periódicos sin revisar al primer piso, a los botes de reciclaje.

Cuando Kyung Soo entra, llega también un temblor ligero a los brazos de Jong Dae. Alguien ha venido a su casa, y es en verdad extraño. Ha comprador refresco de frutas, y ha pedido comida a domicilio, porque Kyung Soo es el de la magia en la cocina, no él. Las cortinas están abiertas, y entra luz sobre la sala que hasta hace una semana parecía lo suficientemente lúgubre como para servir de refugio a algún animal nocturna.

— Es bonito— dice Kyung Soo, asintiendo mientras revisa cada rincón, minucioso como es.

Jong Dae puede formarse una idea concreta de la personalidad de Kyung Soo. No es tan alegre como parece. Sus ojos le dan ese aspecto de inocencia, que en realidad camufla algunas heridas que Kyung Soo ha sabido disimular bien. Son heridas por las que Kyung Soo corrió el riesgo, y salió perdiendo, pero la única vez que Jong Dae le preguntó si se arrepentía, el menor respondió que no.

— Es mejor— dijo— Porque aprendí de eso. Porque me equivoqué una vez, pero ahora me he podido seguir, ya puedo hacerlo bien.

Kyung Soo no es tan hablador como cuando recién se conocieron, pero cada vez que abre la boca, Jong Dae piensa que el menor sabe lo que dice. Es que en realidad es así, Kyung Soo sabe lo que dice. Y sabe también por qué lo dice.

Pero Jong Dae no se decide.

El almuerzo transcurre tranquilo, y cuando el jugo de frutas se acaba, Kyung Soo propone hacer algún refresco. Jong Dae hace un gesto de disculpa con los labios, porque en su cocina no hay prácticamente nada con qué hacer refresco. Kyung Soo busca y rebusca, y termina por soltar un suspiro.

— Es increíble que solo tengas limones.

Jong Dae da un respingo sobre el mismo lugar donde está de pie. Hace tiempo que no hay noches sin brisa, por lo que no ha salido al balcón. Hace tiempo que no ha habido una luna tan brillante, que lo haga salir a buscarla.

Hace tiempo que no se ha instado a recordar.

*

Kyung Soo lo mantiene ocupado. En menos de dos meses, Jong Dae ya conoce a todos y cada uno de los compañeros de oficina de Kyung Soo en el departamento de publicidad, y la recepcionista lo reconoce nada más verlo. Gracias a un insistente sonido de guitarra del departamento bajo el suyo, y gracias a la insistencia de Kyung Soo, Jong Dae termina haciéndose amigo del muchacho del décimo piso, un chico alto, muy alto, que parece estar todo el día dispuesto a reír. Y gracias a la constante rutina que se ha vuelto el salir a caminar en las tardes ha encontrado un pequeño refugio con olor a café, a un dependiente con anécdotas que cambian a diario y a un joven que hace en una esquina sus tareas de la universidad, con el rostro siempre serio.

Jong Dae entra a su edificio con esa sonrisa ligera a la que se está acostumbrando, tarareando entre dientes esa canción de jazz que no escucha hace tiempo, pero que le recuerda a las caricaturas que veía cuando era niño. Saluda al joven del séptimo piso, que está recogiendo su correo despistado, y que le devuelve el saludo cuando Jong Dae está a punto de ser tragado por las puertas del ascensor.

Se afloja la corbata mientras sube, y mueve la cabeza a ambos lados, suspirando. No espera a que las puertas se abran para destapar la botella de gaseosa y llevársela a la boca, así que cuando el pitido suena y él sale del elevador, no tiene más remedio que chocar contra quien viene.

No.

No, no, no.

Jong Dae siente resbalar la botella entre sus dedos, así que termina hundiendo los dedos en el plástico, y su lengua se revuelve nerviosa contra su paladar, mientras sus dientes parecen querer aplastarse entre sí con tanta fuerza que podrían romperse de sólo intentar separarse.

Retrocede un paso vacilante, y una mano extendida intenta detenerlo, pero Jong Dae logra negar con la cabeza, y da un rodeo a la persona que está frente a él. Busca nerviosamente sus llaves, rogando que al otro no se le ocurra retenerlo o decir algo, porque no, ahora no. Justo cuando las fotos de las repisas, del mini-bar y de la sala han desaparecido; justo cuando el balcón ha permanecido cerrado y las ventanas abiertas por semanas enteras…

No.

Jong Dae entra al departamento y se derrumba contra la puerta, tomando aire hondamente. Hace frío, mucho frío, y la calefacción no ayuda a que las puntas de sus dedos dejen de tiritar.

*

Kyung Soo llega preocupado. Llega sosteniendo una camiseta en su mano y un pan con jamón en la otra. Llega con los ojos muy abiertos, y se encuentra a Jong Dae sentado en el sillón, con las piernas cruzadas, con un vaso de agua en la mano y con la mirada fija en la pantalla oscura del televisor.

Kyung Soo se sienta a su lado, con cuidado, y deja lo que tiene en las manos para hacerse un ovillo junto a Jong Dae. El mayor no le ha contado nada, así que tiene por seguro que ha de verse lamentable, tanto como para que Kyung Soo haya llegado a eso.

— Estoy bien— murmura.

*

Es de noche cuando Kyung Soo sale de la cocina trayendo un palto hondo de comida, y lo deja delante de Jong Dae, que ha estado observando el televisor encendido, donde unos pequeños ratones blancos corren sobre la mano de un niño.

— Jong Dae— llama Kyung Soo— Quiero contarte algo.

El mayor levanta la vista, curioso, y le señala a Kyung Soo el espacio libre del sillón. Pero el menor no lo toma, y se queda de pie.

Jong Dae le ha contado ya a Kyung Soo qué pasó. Le ha contado quién vino, le ha contado su rostro, le ha contado la mano levantada y le ha contado la mirada de arrepentimiento.

Jong Dae le ha contado sobre su pecho, que se ha detenido por un segundo, pero que se ha calmado. Le ha contado sobre un buen recuerdo, y sobre su cuello destensado. Le ha contado sobre una nueva suavidad en el cojín del sofá, y le ha contado sobre un suspiro largo, que le ha sabido a recuerdos, pero a recuerdos pasados, recuerdos que toman un tren y se van lejos.

Le ha contado todo ello, y sin embargo, no parece suficiente.

— Quiero contarte algo sobre ti.

Jong Dae escucha con atención.

Kyung Soo habla entonces. Del incendio de aquella noche, de la banca y de las ganas de hablar. De decirle tantas cosas a un extraño. De dejar ir.

Kyung Soo habla de una noche de luna llena, de un frío sin viento, de un vaso de ron en la mano y de una mirada tan vacía que dejaba su vacío interior pequeño a su lado,

Kyung Soo habla de resignación, de extender su mano a alguien, de querer traerlo de regreso. Habla de alguien que se ha perdido a sí mismo, y que se ha ido apagando, tan lento, tan lento, que no se ha dado cuenta, y sólo quedan carbones tibios donde antes hubiese un fuego ardiente.

Kyung Soo habla de intentar, de seguir adelante. De haber intentado y fracasado, y de haber encontrado algo, alguien, con quién estar ocupado, con quién tener su mente ocupada. Habla sobre sentirse necesitado, y sobre alguien que lo necesita.

Kyung Soo habla sobre un calorcillo dentro de su pecho.

Y Jong Dae está temblando otra vez, porque ese calorcillo, esas cosquillas, ese no-sabe-qué que parece iniciar un incendio, está dentro de su pecho también.

*

Kyung Soo se queda esa noche, en el sofá, con Jong Dae dando vueltas en su cama.

*

Jong Dae tiene miedo de que Kyung Soo sea sólo una ficción. De que el Kyung Soo que él imagina, que él conoce, que él vive día a día, sea sólo un objeto de su creación. Tiene miedo de que las miradas, las sonrisas y las palabras sean sólo imaginarias.

Jong Dae tiene miedo de volver a tropezar.

*

Jong Dae quiere tomar previsiones. Quiere medir al milímetro cada paso, quiere estar seguro del suelo que pisa a continuación. O cual es imposible, porque hay cosas que no puede calcular ni controlar.

Es como preguntar en su mente: “¿Podrías…?”

— Kyung Soo, ¿podrías amarme?

La expresión en los ojos de Kyung Soo explica muchas cosas aquella noche. Pero no es lo que dice a continuación Kyung Soo lo que más le duele a Jong Dae. Es lo que no dice, porque apenas el mayor se ha dado cuenta, Kyung Soo ya se ha girado, y está prácticamente huyendo bajo la débil luz de un poste de alumbrado eléctrico.

*

La respuesta tarda dos días en llegar. Jong Dae no ha bebido más que agua y comido más que el pan que había sobre la mesa de la cocina. No ha encendido el televisor, porque no hay nada interesante. No ha lavado la ropa porque ya no hay caso. No ha hecho mucho más que quedarse encerrado en su departamento, pensando en que se ha tropezado una vez más.

Tiene que parar de pensar eso por un momento, porque hay alguien tocando su puerta tan fuerte que él se apresura antes de que la madera sea rota a porrazos.

¿Y quién hay al otro lado?

Kyung Soo. Kyung Soo jadeando, y con una expresión que Jong Dae no logra desci…

— ¡Jong Dae!— grita el menor, poniendo sus manos en el pecho del nombrado, y obligándolo a retroceder— ¡Kim Jong Dae!

Jong Dae es atrapado por unos brazos delgados, y en el hueco entre su cuello y su rostro una respiración entrecortada lo hace devolver el gesto, sin entender completamente qué sucede. No logra sacar mucho en claro, sólo que existe una posibilidad mínima, mínima, de que Kyung Soo no lo esté odiando en este momento.

— No tengas miedo…— susurra Kyung Soo— Por favor, no tengas miedo…

Jong Dae entonces lo abraza con más fuerza.

— No puedo evitarlo— contesta— Pasó una vez, y ahora…
— ¡No! Pasó, sí. Pasó, y es mejor que haya pasado. ¿Y sabes por qué es mejor? ¡Porque aprendiste de eso! ¡Porque te equivocaste una vez, pero ya puedes seguir, ya puedes hacerlo bien!— Kyung Soo se aferra al pecho de Jong Dae— No tengas miedo, por favor.

*

A Jong Dae le cuesta todavía no tenerle miedo a los aviones. Le cuesta no tragar saliva cuando su equipo favorito de fútbol tiene todas las de perder, y le cuesta no tener temor a las arañas, así sean grandes o pequeñas.

Pero hay algo, algo dentro, que hace que Jong Dae no tenga miedo a nada más. Quizás es la sonrisa de Kyung Soo, que Jong Dae lleva guardada en sus labios. Quizás es la mirada de Kyung Soo, que Jong Dae recuerda en sus ojos. O quizás son las palabras de Kyung Soo, que recuerda en sus oídos.

Quizás es Kyung Soo mismo, con sus palabras, con sus miradas, sus sonrisas y sus abrazos, los que hacen que haya un incendio dentro de Jong Dae cada día, un incendio que regresó de carbones casi ya fríos, y que parece no querer apagarse con cada embate que le da la vida, y a los que Jong Dae siente que puede hacer frente cada vez que Kyung Soo y él se toman de la mano, entrelazan los dedos y se pierden en los ojos del otro, bajo una noche de luna sin brisa.

2 feedbacks:

  1. lindo ;; me hizo llorar :'( me encantó ♡ sentía tristeza porque pensé que iba a terminar de mala forma u.u pero no fue así \⊙♡⊙/ gracias por compartir el fic, chaai~

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  2. Aww al fin ChenSoo<33. Fue algo triste y escrito de una manera diferente, y me gustó :DD
    Muchas gracias por compartir<3

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