viernes, 1 de mayo de 2015

Ausente por tiempo indefinido

Título: Ausente por tiempo indefinido
Autora: Maya
Género: AU, Drama(?)
Ráting: +15
Personajes: Min Seok & Yifan
Notas: Escrito para la décimo primera gala de 12eyes. Créditos a Cortázar. En un plano general, esto es un vómito de palabras, y tengo la sensación de que causaría un "¿Eh?" en alguien que acabe de leerlo, pero, como dije, es un vómito perdón el término de palabras no sólo por haber sido incontenible, sino por venir de dentro, y porque en la vida pensé que podría sacar de mí algo así.


Ausente por tiempo indefinido


Min Seok levanta las manos al aire, al frío viento de la noche, hacia las estrellas, tan arriba, y casi puede rozarlas con las yemas de los dedos índices. Y agita los brazos, de un lado a otro, mientras, inagotable, arrollador, se ríe de la vida. Es un imposible hecho realidad, es una euforia desmedida la que estalla en su pecho, y se derrama a borbotones con su risa, y se pierde como humo en el vacío del firmamento, arriba de él, de él y de Yifan.

Min Seok vive desbordando vida, es poderoso, invencible, infinito. Infinito.

Apoya las manos sobre el pasto húmedo, y se pone de pie, sólo para lanzarse un segundo después sobre Yifan, y transmitirle de boca a boca esa vida inmortal, ese elixir de vida, ese no morir nunca. Esa sensación de cielo, de infinito, de más allá, mezclada con el sabor amargo dulzón que ha quedado en su lengua tras el último sorbo de la botella de vidrio que yace volcada a un lado.

Yifan no se queja, y se deja tirar al césped, abriendo los brazos, derrotado, pero con una derrota que le sabe perfecta, con el peso indicado sobre su cuerpo, con unas manos ardientes en su cuello, en su cara, su pecho, que lo recorren de arriba abajo, se entierran en su cabello y salen a la superficie nuevamente, buscando nuevo dónde atrancar y del cual partir un segundo después.

Min Seok se arrodilla, y jala de un tirón al más alto, lo besa, lo abraza, lo empuja y terminan echados de nuevo, con risas que saben a gloria, y miradas que guardan tanta vida como la que dejan ir a su vez, llenando el espacio entre los dos, esos dos mínimos centímetros, que pronto son uno y más pronto aún son nulos, inexistentes, no han debido nacer siquiera.

Yifan se incorpora entonces, y levanta al mayor en su trayecto, y lo abraza de la cintura, y da vueltas a la luz débil del solitario poste de alumbrado eléctrico, y no entiende bien qué dice el otro, entre tantos sorbos amargos y tanto humo mentolado dentro de su cuerpo, pero está seguro de que no importa mucho, porque ya lo sabe, y sabe que está ahí, que están ahí, tan despiertos, tan vivos, tan inmortales.



Debe ser más de la una, porque ya no se ve la luz de la farmacia de la otra cuadra, pero Min Seok está de espaldas a Yifan, con éste abrazándolo por atrás, ambos echados sobre el pasto, en una esquina oscura del parque. Hace calor, la camiseta y el pantalón se le pegan al cuerpo, pero queman más las manos de Yifan, sobre sus caderas y sobre su cintura, y su aliento, que le da en la nuca, y hace que arquee la columna, y tenga que apretar los dientes, porque hay bastante que contener —aunque admitirlo sea más difícil de lo que parece, ya sea por la garganta seca de tanto jadeo anterior o por que las neuronas están decididas a sentir y sólo sentir.

Tampoco ayuda el perfume de Yifan, mezclado con el desodorante en aerosol, y el sudor, porque todo junto cerca a él le nubla la mente, tanto como las pastillas, o el licor, y el humo de toda una cajetilla de cigarros consumida en una noche, en un intento cálidamente efectivo de pasar el rato, calentarse y quién sabe qué más.

Min Seok sabe a dónde van a llegar esta noche, y lo sabe porque es así todas las noches. El deseo le recorre la sangre desde la mañana, durante la tarde, todo el día. Es como una comezón bajo la piel, imposible de rascar, que va de arriba a abajo, de derecha a izquierda, de abajo y arriba y le marea tanto como para olvidar siempre en qué lugar están y buscar siempre esa fricción deliciosa que crean sus cuerpos al pegarse y  moverse tan sólo la décima parte de un milímetro.
Y Yifan lo sabe, y no se queda corto, y cuidándose de ojos indiscretos pellizca con suavidad sobre la piel de Min Seok, araña, acaricia, sopla, besa, Min Seok ya no sabe qué más, sólo sabe que le encanta y que lo haría todo el día todos los días del resto de su vida.

Min Seok sabe también qué hacer. Sabe por dónde deslizar los dedos, cómo hablar, qué decir, cómo hacer que Yifan siga haciendo lo que hace, aumente de ritmo, aumente el calor y aumente prácticamente todo ese torrente húmedo y abrasador dentro de él, de ellos. Y Yifan sigue, rápido, constante, sigue pegado a él así sea por la yema del dedo meñique. Las manos de Yifan lo envuelven, y lo ayudan a ponerse de pie, tambaleante, con la vista borrosa, con los ojos buscando un lugar a dónde ir.

— Vamos.

Yifan habla, y Min Seok no se hace esperar. Le gusta que sea así, algunas veces, que Yifan sea dominante en cuanto a la situación, en cuanto a él, en cuanto a todo. Le gusta que lo lleve a su casa, o a la suya, o a su auto, ese Chevy del 90 que sigue vivo después de tanto. El caso es que le gusta la mano de Yifan, dura, apretando su muñeca, jalándolo, rápido, impaciente. Pero adora esa adrenalina de noches como ésta, cuando Yifan sólo lo lleva a algún lugar oscuro en plena vía pública, y el riesgo de que alguien los vea es tan atemorizante como vigorizante, cuando le da esa sensación de desobediencia, de poder, de libertad.

Así que se apoya en la pared del edificio, detrás de los arbustos cortados cuidadosamente, y deja que las manos de Yifan desaparezcan su camiseta, mientras él se encarga de abrir el botón de los vaqueros del otro y meter la mano sin tocar donde Yifan quiere —necesita— que lo toque, donde sabe también que no resistirá tocar dentro de poco, sólo para escuchar el gemido ahogado en la boca del menor, sentir sus ojos cargados de deseo perforarle la piel y saber que, apenas su mano o su boca acaben el trabajo allá abajo, será entonces su turno, y no va a negar, menos ahora, que él también lo necesita.

No es necesario mucho movimiento de las manos de Yifan dentro de él, antes de que Yifan mismo se abra paso, antes de ese primer choque cuyo sonido por sí solo ya estremece, incita, acelera incluso más. Y se vienen uno, dos, cinco, mil más, porque Min Seok no los cuenta, nunca lo hace, sólo vive el momento a como dé lugar, sin importarle un forro nada o nadie. Abre la boca en cierto punto que tampoco importa, y es increíble que no se atore con toda las incoherencias que hay en su cabeza y las palabras sin sentido que salen de su garganta como de agua líquida.

Escucha lejana la voz de Yifan, susurrándole al oído, hablándole duro, y el aliento caliente choca con su oreja, su cuello, su hombro y hace que no entienda nada aún más, si es acaso posible.

Y sus ojos están cerrados, cegados por el placer dentro suyo y por el sudor que escapa de su frente, y su nariz está tan despejada como sólo lo está en estos momentos, y sus manos hace tiempo que ya han perdido fuerzas y cuelgan sólo a su costado y sobre el hombro de Yifan, que sigue hasta el final, y Min Seok cree reconocer esa sensación caliente en su interior, antes de que Yifan lo ayude a estarse de pie, y se miren a los ojos, y se rían, y se llamen locos, dementes, desquiciados, el uno al otro, y se vistan rápido, con una que otra acotación ocasional acerca de no deber repetirlo nunca nunca más —y claro que esta vez sí es en serio.



— ¿Mañana vamos a clases?

Min Seok se ríe. No suelen ir, se encuentran a una cuadra de una de las entradas laterales de la universidad, se saludan y no pasa un minuto antes de que alguno diga que no quiere ir a la primera clase, y eso es suficiente para ir a pasear, a comprar un helado o para ir al parque que está cruzando la avenida, para adelantar y hacer menos dura la espera hasta la noche. Recién ha comenzado el semestre hace unas semanas, lo que quiere decir que las faltas aún no han hecho que reprueben ninguna clase. Aún.

Da igual, no es como si ninguno quisiese en realidad ir a clases, sino que piensan más en ello como un acto obligado para seguir con el ritmo acompasado que son sus vidas familiares. Yifan con su familia adoptiva, que no sabe entenderlo, y que, hasta cierto punto, también se ha rendido de intentarlo, piensa Min Seok, aunque no se lo ha dicho nunca, Min Seok tiene sus propios problemas.

— Mañana vamos a clase.

Yifan se ofrece a dejarlo en la puerta de su casa, pero Min Seok insiste en bajar antes, dice que no, gracias, y en momentos así Yifan sí se queda corto, porque no pregunta por qué, por más que quiera saber. Piensa que es la privacidad de Min Seok, y que él hablará de ser necesario. Pero Min Seok no habla, y el carro se detiene a un par de bloques, y Min Seok se despide, baja, y se pierde por esa noche.



Min Seok no ve la mano acercarse a él. Lo agarra desprevenido, frío, muy frío, comparado a ese calor que siente cuando está con Yifan, incluso cuando no ha tomado de esas pastillitas blancas con el sello de la lengua de los Rolling Stones, frío, helado, y la fuerza del golpe en su mejilla lo hace retroceder. Un par de ojos lo miran, con furia, una boca escupe a un lado, y el hombre sigue su camino, dejando a Min Seok tan rápidamente como ha llegado.

No lo sigue a pedir explicaciones, o tiene algún gesto de reacción, Min Seok no hace nada, sólo suspirar brevemente, intentar no llevarse la mano a la mejilla, y quedarse quieto un rato a ver si el dolor le pasa ya. No es tanto, dice, no es tanto, han habido peores, mucho peores. Eso sí que no dista de la realidad, han sido doce años, desde que tiene siete, que descubrió de buenas a primeras el poder del alcohol, y lo descubrió de la peor manera, en los ojos de su padre, a las seis de la tarde. con su madre fuera matándose en el trabajo —cuando ella tenía trabajo, y no hubiese probado todavía esa planta verde a cuyo su olor Min Seok se ha acostumbrado, mas a la cual no le ha agarrado el gusto nunca.

Así es, mientras su padre torna la sangre en su cuerpo en alcohol, su madre es capaz de manejar a la otra punta de la ciudad por algo de yerba barata. Min Seok ya lo sabe, ésa es la rutina de su vida.



Yifan constituye una salida, una salida perfecta, preciosa, todo lo que Min Seok necesita para ser feliz. Yifan es el negro donde Min Seok es el blanco, y el blanco donde Min Seok no puede ser más negro. Yifan, con su voz grave, sus grandes manos, sus brazos fuertes y esa determinación a quedarse pese a lo frío que ha llegado a ser Min Seok, antes, cuando estaba prácticamente seguro de que lo único que Yifan quería era sexo, y a Min Seok no se le metía en la cabeza siquiera la idea de que alguien pudiese quererlo como, ahora sabe, lo quiere Yifan.

Es lo que necesita Min Seok, es cálido, es amable, detallista, gracioso, algo estúpido, terco, puntual, impaciente, infantil, serio, despreocupado, algo vago... Y no se rinde fácil, y sonríe, y calienta a Min Seok cuando hace frío, y le levanta el ánimo si lo ve mal, y lo besa, y se preocupa por él, y... Hay tanto, piensa Min Seok, tanto que Yifan hace por él, y que él le devuelve tanto como puede, o tanto como su corazón todavía no sano del todo le permite, por el momento.

Min Seok saluda a su madre, y sube a su habitación, y se pone los audífonos, y se echa a dormir a esperar que venga la mañana, y pueda ir a clases, porque le da la sensación de que mañana sí debería ir. Se queda dormido pronto, y cuando se levanta la música sigue sonando, lo cual es raro, el reproductor tenía poca batería, y basta girar la cabeza para saber por qué se ha levantado, y qué es lo que va a venir, porque ya ha pasado antes, no debió ponerse los audífonos, porque su padre le ha estado hablando, y como él no ha contestado su padre ha entrado a la habitación, y algo dice que lo va a dejar hecho mierda en unos cuantos minutos.

Tiene razón, de hecho, porque el primer golpe es en el estómago, y lo agarra de la camiseta, lo levanta y lo tira al suelo, y una patada en las costillas lo deja sin aire, y al siguiente momento siente cómo pisan su muñeca, y otra patada. En el estómago, y una más, en la cara, y Min Seok intenta no pensar en ello, una patada en la espalda, porque sabe que en un par de horas estará bien, aunque puede ir olvidándose de ir a clases, un puñete en la cara, y sólo podrá ver a Yifan en la tarde, con una casaca encima, y un par de mentiras bajo la manga. Se siente una mierda cuando su padre se aburre de él, y se va de la habitación, y el único rastro que deja en ella es el cuerpo de Min Seok hecho un ovillo en el suelo, y el olorcillo a alcohol que ya se ha vuelto característico de él.

Min Seok se arrastra a la cama, como puede, y se echa, exhausto. Piensa en llamar a Yifan, pero sabe que su voz estará rara, y ahí sí Yifan se preocupará, y ahí sí es capaz de aparecerse fuera de su casa en unos minutos, porque Min Seok lo ha visto manejar, y es un asco al volante cuando necesita serlo, pasándose todas las luces rojas posibles y todos los cruces peatonales y girando donde no debe y la lista sigue, es larga, pero es una de las cosas que Min Seok ama de él —no lo de manejar, la preocupación—, porque Min Seok ama todo de él. O al menos cree hacerlo.

No se pone a pensar profundamente en ello nunca, la primera vez que lo hizo llegó a la conclusión de que, si lo pensaba mucho y esperaba a ver todo con claridad, no se iba a arriesgar nunca, porque Yifan era un riesgo, uno que Min Seok tomaba con pinzas, pero riesgo al fin, con todas esas cosas bonitas que le había enseñado, con toda esa gente que le había presentado, con todo lo que había traído a su vida, con todo lo que había cambiado para bien, y con todo eso que le hacía sentir por dentro y que, más que mariposas, parecían una bomba atómica dentro de su sangre.



Lo llama en la mañana, apenas su madre se ha ido a trabajar, y su padre está no habido sobre su cama. Min Seok explica en silencio que su madre está mal, y que lo verá en la noche, y sabe que suena a mentira, y le duele tanto mentirle a Yifan, pero no sabe qué más hacer, porque Yifan es tan... tan bueno, y su pasado es tan negro, y Min Seok no quiere saber qué va a decir Yifan si es que se entera de cómo es en realidad su vida... Y Yifan se despide con un "Te veo más tarde, te amo", al que Min Seok se queda callado un segundo, como siempre, y al que responde igual, sintiéndose igual de mierda a como lo hace sentir su padre, pero por cuenta propia esta vez.

Claro que no cuenta con que Yifan se aparezca a las diez de la mañana, después de un desayuno largo, y le diga que está fuera, justo dos minutos después de que Min Seok haya recibido media paliza más por habérsele caído un plato cuando su muñeca no pudo sostenerlo bien. Min Seok no sabe qué decir, así que sólo dice que no es un buen momento, y Yifan dice que volverá, y Min Seok dice que no es necesario, que lo verá mañana, y ahí sí irán a clases, y no sabe si su voz lo ha delatado, o qué ha sido, pero la voz de Yifan suena más grave, y está preguntando si ha pasado algo. Min Seok no quiere repetir su mentira, así que dice que nada, nada nuevo, sólo que hoy no va a poder ser.

Pero Yifan se queda en silencio, y Min Seok sabe que ya perdió, porque va a terminar soltándole todo, porque así es con Yifan desde casi siempre, la verdad sale por sí sola. Sale de su casa con una casaca, y está bien, porque el invierno ya está acabando, pero todavía hace algo de frío. Abre la puerta del Chevy con la mano incorrecta, por la muñeca, y Yifan lo recibe con una sonrisa insegura.

Pregunta de nuevo si pasa algo, y Min Seok no contesta. Es difícil tener aire siquiera cuando está con Yifan y no sabe qué decir, pero si ha venido hasta aquí siguiendo un impulso extraño ha debido ser por algo, Yifan le enseñó eso. A seguir sus impulsos, no todos, pero sí si creía que eran correctos, y sí, la verdad es correcta, así que ahí va.

Y cuando cierra los ojos, y ha tomado aire unas cincuenta veces, que no han sido más que dos en realidad, unos brazos largos lo sujetan con cuidado, y su cabeza se apoya sobre el pecho de alguien, y un olor familiar llega a hacerle cosquillas a la nariz, cosquillas a los ojos, cosquillas al alma. Y su respiración se agita un poco, y al final ni los ojos cerrados pueden contener esa primera gota que se escapa de ellos, y a la que siguen muchas más, en silencio, y que Yifan besa con cuidado, pero deja ser.

Min Seok no sabe ya qué sentir. Sólo quiere desaparecer un rato.



Yifan lo lleva a su casa, y lo mete a su habitación, y busca en el botiquín algo para el dolor. Echa un gel sobre la muñeca hinchada, pero de sólo ver algunas heridas en la piel de Min Seok tiene que parar, porque no sabe exactamente qué echar. Min Seok no lo mira, y sus ojos sólo se dirigen al techo, intentando no pensar en nada. Oye que Yifan sale del cuarto, y unos segundos después, tiene que sonreír, por dentro, porque acaba de escuchar a Yifan pedirle ayuda a su madre, llamarla "mamá", y sabe que Yifan debe quererlo mucho, porque no llama "mamá" a su madre adoptiva nunca. De hecho, simplemente no le habla. La mujer llega, lo saluda, y al verlo sólo se apresura a ayudarlo, y unos minutos y varias banditas después, Min Seok yace recostado, con Yifan al lado, intentando dormir. Debería ser así más seguido, Yifan acurrucado a su lado a la hora de dormir.



Min Seok se va. Le cae a Yifan como un chorro de agua fría, y lo congela en el tiempo, y en pleno parque, a la hora de almuerzo. Min Seok lo está mirando a los ojos, esperando alguna reacción, aunque lo único que Yifan quiere hacer es sostenerlo en sus brazos y apretarlo fuerte, pero sabe que a Min Seok todavía le duele el cuerpo, y la muñeca no ha sanado aún.

Lo primero que piensa es que Min Seok de veras se va, y se va para siempre, pero Min Seok dice que no, que va a volver pronto. Pero que necesita esto. Yifan pregunta por qué, por fin, y Min Seok contesta que necesita despejarse, dejar algunas cosas atrás, pero que no, él no es parte de esas cosas que quiere dejar, sólo que, por ahora, necesita hacerlo.

Yifan pregunta cuánto tiempo se irá, y Min Seok dice que no sabe. Yifan le pregunta a dónde, y Min Seok responde una vez más que no sabe. Yifan maldice haber dicho alguna vez que seguir impulsos es bueno. Y Yifan quiere irse con él, pero Min Seok dice que no, que él debe quedarse. Y le pide que vaya a clases, y que se quede en casa, y que hable con sus padres, porque lo quieren, y porque nadie se ha rendido con él, porque ese día que conoció a su madre ella se lo dijo, que no sabe entender a Yifan, pero que no se va a cansar de seguir tratando.

Min Seok se despide esa tarde, y Yifan lo lleva a su casa, y entra con él, por si acaso, aunque resulta no haber nadie. Recoge un par de cosas en una mochila, y Yifan sabe que no podrá irse mucho tiempo, porque está llevando poco, pero aún así preferiría ir él también. Y ve esa determinación en los ojos del mayor, y sabe que todo va a ser en vano, porque Min Seok de verdad quiere irse. Sólo le va a quedar esperar.

Min Seok se despjde con un beso suave, largo, y Yifan siente que se le escapa la vida. No importa cuántas pastillas, cuántas botellas, la vida se le va en unos segundos, y sabe que no va a regresar en algún tiempo, y sabe que más que el alcohol o el éxtasis, Min Seok es su droga, su vicio, lo que él busca más. Sólo espera que Min Seok regrese a dejarse buscar.



Yifan entra al salón, y se le hace tan extraño, pero es aún más extraño estar sin Min Seok, porque no han hablado desde hace dos días, que se ha ido, porque tiene el mismo número, pero Yifan tiene miedo de hablarle, de llamarlo o de enviarle un mensaje. Hay tanto que quiere decir, que quiere preguntar, que quiere hacer, pero si Min Seok necesita espacio, él se lo va a dar.

Al cambio de hora, antes de la última clase del día, una secretaria lo llama a la oficina del decano, y Yifan piensa que ojalá no lo hayan suspendido ya por faltas, porque le ha prometido a Min seok seguir estudiando, y no ha tocado una cajetilla ni una botella en dos días, y se le han pasado como siglos pensando, y prefiere eso a matarse el cuerpo, porque, en realidad, ésos eran sólo aditamentos, y Min Seok era la causa principal de su euforia. Min Seok. Sólo quiere que ya regrese.

El decano lo saluda, serio, y le habla de sus faltas. Que hay un curso que ya no puede salvar, pero que los otros cinco sí tienen oportunidad. Y hay algo más de lo que quiere hablarle. Kim Min Seok. Está en las mismas, pero lo que sí es raro es que no esté con él. ¿Está enfermo? No, Yifan dice que no. Pero que no va a poder venir un tiempo. ¿Hasta cuándo? No lo sabe. ¿Más o menos? Nada, no sabe nada. A Yifan le encantaría decir que sí sabe, que hay una fecha, y él va a contar los días que faltan, y sabe cuándo va a volver a abrazarlo, a sostenerlo. Pero no.

El decano menea la cabeza, y Yifan ya no sabe qué más decir. Min Seok está ausente, y va a estarlo un tiempo más. Ojalá no sea demasiado. Ojalá no pase de una semana. Ojalá nunca se hubiera ido. La presión en el pecho le impide respirar bien, pero intenta controlarse, porque sólo pensar en Min Seok duele, pero pensar que no sabe cuándo va a volver es una tortura interna que le carcome. El tiempo pasa lento, muy lento, y se hace milenios estando solo.

Min Seok.

Min Seok.


Al otro lado de la mesa, puede leer lo que el decano escribe. Kim Min Seok. Ausente por tiempo indefinido.

0 feedbacks:

Publicar un comentario

Template developed by Confluent Forms LLC; more resources at BlogXpertise